
Mario Nigro era el papà mas cariñoso que existiese. No obstante el doble trabajo, como farmacista y como artista, encontraba siempre el
tiempo para jugar con el hijo Gianni, incluso en el mar.
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En los primeros años Cincuenta Mario vive sereno. Pero no demasiado. Trabaja
como Farmacista en el Hospital Riuniti de Livorno pero apenas puede corre a su
casa y se pone a pintar. O bién va al mar con la familia. Y con el hijo Gianni,
que sigue con la màxima atenciòn cada gesto hecho por el papà.
Por las mañanas se alzaba con mucha, muchìsima calma. De ir a trabajar al
Hospital no tenìa unas ganas furiosas. Retardaba, hacìa tiempo, se ponìa a jugar
con el hijo, o bajaba a la huerta a dar una mano al padre, que era jubilado y se
dedicaba a cultivar tomates y radicheta.
Pero al final el sentido del deber (o de la necesidad econòmica) prevalecìa, y
Antonio Mario Nigro, llamado por todos solo Mario ò Mariolone (no era para nada
alto pero para los sobrinos era el tìo Mariolone por la notable masa muscular
desarrollada por los varios deportes (en aquéllos tiempos carentes de
anabolizantes) a los que se habìa dedicado en la Universidad, montaba en la
bicicleta, una viejìsima y desvencijada bici de paseo y salìa. A veces su hijo
Gianni se catapultaba hacia el portòn para saludarlo y verlo alejarse hasta
desaparecer allà, en Plaza Roma, en el cruce con la calle Mameli, en direcciòn
de calle Aurelia,(antigua calle de la época Romana).
Asì transcurrìan los años 50 de la familia de Mario, pero no era todo paz y
serenidad. La tensiòn, los deseos de volver a Milàn se agigantaban, en su mente.
Era un consciente conocedor de sus propios medios y ya nada habrìa podido
obstacularlo en sus planes: el dinero lo obtendrìa del licenciamiento del Hospital,
un cierto conocimiento en el ambiente artìstico Milanés ya lo tenìa. Deberìa solo
vencer la resistencia de su esposa, que de alejarse de Livorno y del mar no querìa
ni sentir hablar, y de la madre, que ya habìa visto partir otro hijo. Efectivamente
en Milàn vivìa el hermano mayor de Mario, que era Asistente en el Politécnico.
Si. Todo era pronto pero nada era realizado. Y talvéz, pensaba Mario, nada era
realizable. Solo un grumo de sueños, de ilusiones.
Pero, en las tardes de los dìas de sol (desde Febrero en adelante en Livorno a esas
horas casi siempre hay mucho sol), se dejaba todo a las espaldas, no se dedicaba
ni a los cuadros ni a los fàrmacos. Sabìa que en el parquesito de los pinos
(adyacente a la barrera en los alrededores del Cementerio, zona sur de Livorno)
sus sobrinos màs grandes y otros chicos gujaban interminables partidos de futbol.
Entonces tomaba su bicicleta e iba. No se sabe si su esposa y sus padres tuviesen
nociòn de si iba a trabajar o nò. Cuando era con los jovencitos se desataba
en acciones de ataques solo con la finalidad de hacer gol. Sì, porque aquélla sì
que era una verdadera felidad!
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